Este dibujo es para ti Alicia. Tenía apuntado la deuda con tu cumpleaños.
domingo, 22 de noviembre de 2009
'The Witch Over Haunted Hill'
Publicado por Reverendo Gore en 10:24 Etiquetas: bocetos 3 comentarios
miércoles, 18 de noviembre de 2009
'Conan'
Pintado por el grande Héctor Oliva. Gracias "man". En lápiz.
Publicado por Reverendo Gore en 11:04 Etiquetas: bocetos 2 comentarios
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Adelanto de "Clash of The Titans" (2010) de Louis Leterrier
Y pensar que dos de mis "obligatorias" para este próximo año son remakes: "Clash of the Titans" y "The Wolf Man"...No me reconozco. Aunque siempre nos quedará "Kick-Ass".
Publicado por Reverendo Gore en 3:04 Etiquetas: cine 1 comentarios
domingo, 1 de noviembre de 2009
“La Semilla del Diablo”: A través del armario / Cuando los directores de terror, venían de Europa
Título original: Rosemary’s Baby / Año: 1968
Dirección: Roman Polanski
Producción: Paramount Pictures
Guión: Roman Polanski (Novela: Ira Levin)
Género: Terror / Drama
Duración: 136 min.
Fotografía: William A. Fraker
Música: Christopher Komeda (Krysztof T. Komeda)
Reparto: Mia Farrow, John Cassavetes, Ruth Gordon, Ralph Bellamy, Sydney Blackmer
Casi una década antes de Richard Donner y “La Profecía” (1976), el director Roman Polanski orquestaba un visionario y oscuro thriller sobrenatural que creció con los escabrosos crímenes de la familia Manson y que remataba su saga sobre viviendas. El realizador francés de origen polaco conseguía dar forma a la segunda entrega de su “trilogía de los apartamentos”, una cruda visión de la particular realidad vecinal que abría con la soberbia y retorcida “Repulsión” (1965) y cerraba con la excelente “El Quimérico Inquilino” (1976).
Como la cinta de Donner, “La Semilla del Diablo” ha pasado a ser otra película maldita que arrastra, hasta el día de hoy, una de las leyendas más negras de la historia del cine de terror. A los extrañas circunstancias de su rodaje (una Mia Farrow en plena depresión tras su divorcio con Frank Sinatra, la supuesta participación como asesor del autor de “La Biblia Satánica”…) se sumaron los brutales asesinatos de Sharon Tate, esposa de Polanski, y de sus amigos bajo la sangrienta bandera del “Helter Skelter”. El lobby satánico, encabezado por un popular Charles Manson, estaba indignado porque Polanski hubiera destapado la naturaleza de sus rituales, o quizá por haber sido retratados más como un grupo de jubilados entrometidos que como un verdadero culto que profetizaba el advenimiento del hijo de Lucifer.
El cine de terror psicológico impulsado por grandes cineastas como Alfred Hitchcock mantuvo bastante popularidad hasta finales de los años sesenta. El thriller, más artístico y filosófico, ganaba peso e interés frente al por entonces popular cine de la Hammer y de Terence Fisher (“Drácula, príncipe de las tinieblas” -1968-), piezas de horror retorcidas que presumían de sustos y sorpresas sangrientas, y que, al igual que el teatro, estaban realizadas con todo tipo de trucos escénicos y efectos ad hoc.
El terror intelectual y psicopatológico daba una alternativa más sana que la del terror amoral y vicioso, al mismo tiempo que el terror seguía como un género que permitía y aún permite poner en práctica todas aquellas cuestiones, especialmente las referentes al ámbito técnico o de realización fílmica, propias de la narrativa audiovisual. Y Polanski lo sabía.
Esta clase de cine ofrece además muchas posibilidades desde dirección y montaje. Por lo general, se trata de un espectáculo violento que implica el movimiento hiperactivo de la cámara y el uso de planos y ángulos bastante peculiares. A la hora del montaje esto se traduce en la yuxtaposición de imágenes, el montaje caótico y desordenado (incluso diatópico) y una estructura narrativa anárquica que mucho comparte con lo ingenuo y excéntrico de la historia. Muchas veces, y como podemos ver en “La Semilla del Diablo”, las tomas de cámara pasan de ser fijas a ser controladas completamente por el operador. El uso de la cámara manual se convierte así en un recurso clave para captar el dramatismo y para crear esa curiosa, y a la vez morbosa, sensación de desasosiego y excitabilidad que pretendía el realizador con este peculiar drama.
Dentro de este campo, el de la dirección, Polanski hace un magistral uso de la planificación de tomas y de la utilización de la cámara en las escenas oníricas. La recurrente escena del barco es posiblemente la ensoñación filmada más lograda de la historia del cine, una cumbre de lo retorcido y lo obsceno, de la “mala sangre” del director, pero sin caer nunca en lo escandaloso o explícito. Mucho de su mérito viene de otro departamento: el de la fotografía.
La dirección artística trata, con mucho éxito, de imitar las películas fantasmagóricas de Roger Corman, haciendo de “La Semilla del Diablo” otra cinta que se recrea en el horror psicológico y la “sensación LSD” de las ensoñaciones de Rosemary Woodhouse (Mia Farrow). De hecho, esta inquietante y efectista historia, que hizo de Polanski el director de moda, nos regala mucho en cuanto al estilo de Polanski: “un realismo extremo, pero estilizado”, como lo etiquetaban Richard Sylbert o William A. Fraker, respectivamente diseñador de producción y operador jefe del filme.
La misma fórmula del director de “Vértigo” (1958) se entrevé en las rarezas de Polanski tras la cámara. Así, de la misma forma que nosotros veíamos tras los ojos de John Stewart en la cinta de Hitchcock, aquí cuando un personaje observa lo que hace otro en la habitación contigua el punto de vista es respetado al máximo. Y es que durante la película se intuye que Polanski juega con dos puntos de vista: el propio del personaje de Rosemary (el del espectador), y el de la casa, de sus vecinos observándola y observándonos a través de cualquier recoveco. Aunque los mayores logros vienen, no de su ingenio para ponernos en la piel del personaje de Rosemary, sino de la habilidad de Farrow para que creamos que a ella “le pasa algo” y en la incómoda música con la que lo adelanta en los créditos de inicio.
Al margen de lo estrictamente técnico, la originalidad de la cinta viene de su peculiar reparto y de la “supuesta” gran capacidad de Polanski para dirigir a los actores de su película, consiguiendo incluso extremar la rareza y la desesperación del personaje de Mia Farrow, aunque llegue a rizar el rizo chistoso. Sin embargo, puestos a hablar de “personajes excéntricos y perturbados”, es otro de los personajes femeninos quien debería llevarse los aplausos: Ruth Gordon. La que hiciera de esa vecina “metomentodo” llamada Minnie Castevet para Polanski, después nos sorprendería de nuevo con la comedia romántica “Harold y Maude” (1971), demostrando que –como ya pasara con “La Semilla del Diablo”- la actriz seguía demostrando maneras y que como secundaria –al igual que el resto de “sectarios de la vecindad”- era más protagonista que la que “madre” que da título a la película. Tiempo después Álex de la Iglesia se fijaría en ello para “La Comunidad” (2000).
En lo que se refiere a la música, el genial y tristemente fallecido Christopher Komeda (Krzysztof T. Komeda) acompaña la película con unos títulos de crédito en los que se impone la ironía y la doble lectura. A finales de los sesenta, las comedias románticas habían alcanzado su declive, pero su memoria seguía viva. Los créditos color rosa y de estilo cursi más “románticos” aparecen en “La Semilla del Diablo”, deformados, claro está, por esa nana siniestra y hermosa que nos canta a nosotros y a su “bebé” una angelical Farrow, y que no preludia nada bueno. ¿El resto de la banda sonora? Un amenazante, a ratos elegante y versátil, repertorio de tétricas melodías.
El argumento de “La Semilla del Diablo” copia terrores baratos, truculentos y clásicos. Polanski, tan europeo como conservador en esto del terror, rompe con la esencia y tópicos del “nuevo género”, y su mayor dogma: “Si creas un monstruo, has de enseñarlo”. Así, Polanski consiguió que no fuera “la audiencia” la que viera al hijo del Diablo, sino “el hijo del Diablo” quien miraba a los espectadores de la película. Un plano, tan desconcertante como tosco y chapucero, que se aprovecha de nuestra imaginación para crear una criatura más macabra y perversa que la que pudiera habernos enseñado. A diferencia de otros géneros, el terror se dispone a engañar al espectador, estando abocado a una pesadilla que le desborda y le encoge el ánimo como nunca ante la pantalla. El auténtico terror tiene como máxima “sugerir”, nunca enseñar.
Detrás de “La Semilla del Diablo”, tras esa misma cerradura por la que observa al final de la película el personaje de Mia Farrow, se oculta una dura reflexión sobre el género. Polanski nos habla de la nueva y universal verdad del cine de terror. Casi toda la ficción de horror empieza con una vida rutinaria que es desquiciada por la aparición del monstruo. Una vez eliminado el monstruo, todo vuelve a la normalidad. Sin embargo, esa realidad no es válida para nuestro mundo. No podemos destruir al monstruo porque el monstruo somos nosotros, o en este caso, crece en nuestro interior. Clive Barker, uno de los más respectados autores del “new horror” aseguraba que no hay peores monstruos que las personas con quienes nos casamos, o con quienes trabajamos…o que engendramos.
Publicado por Reverendo Gore en 17:08 Etiquetas: cine 1 comentarios