Los personajes y la música:
Danny Boyle nos presenta unos personajes creíbles, entre los cuales sobresalen Jim (Cillian Murphy) y Frank (Brendan Gleeson), más que convincentes en su papel de supervivientes masculinos. El resto del reparto lo componen Naomie Harris (Selena), Megan Burns (Hannah) y Christopher Eccleston (Henry West), pero sin ceder protagonismo a Jim, protagonista indiscutible de la historia. La película se apoya en el buen trabajo de un reparto con rostros poco conocidos; si acaso, el más conocido sea Cillian Murphy (‘Batman Begins’, ‘Sunshine’). Esto tiene su explicación en que Boyle quisiera rodar la película con actores desconocidos para hacerla más realista, una apuesta más que acertada considerando que con rostros conocidos a los espectadores les habría costado más entrar en situación, y por tanto, tardarían en identificarse con los protagonistas. Boyle quiso contar primero con Ewan McGregor, con el que hubiese repetido después de Trainspotting y Una historia diferente (1997), para el papel protagonista; finalmente, el papel recayó sobre el mencionado Cillian Murphy.
En lo que respecta a la música, Boyle abre la película con ‘East Hartings’ del grupo canadiense ‘Godspeed You! Black Emperor’, el tema más interesante de toda la banda sonora. Este lento y elegíaco comienzo, cuya música se construye prácticamente de la nada hasta un apocalíptico crescendo, sirve de paralelismo con el ritmo de la película, y contrasta a la perfección con el desolador tema de Brian Eno, ‘An Ending Descent’. Por otro lado, el compositor John Murphy realiza un trabajo más que aceptable, a pesar de que muchos de los temas compuestos para la película sirvan más a la inquietud de Boyle por “ambientar” las escenas de acción, que el de crear tensión o emoción.
La dirección de Danny Boyle: Londres captada por la cámara digital
La impecable puesta en escena afronta las limitaciones de la producción, recurriendo en contadas ocasiones a los efectos especiales o a los maquillajes truculentos para impresionar al espectador. Además, se agradece la apuesta de rodar la mayor parte del metraje en exteriores en lugar de subterráneos oscuros, opresivos y claustrofóbicos, típicos en las películas con esta temática. Otra cosa bien distinta es que la idea original esté más que agotada, que el guión sea previsible y que los “infectados” provoquen más hastío que terror. A lo largo de la película se llega a percibir cierta falta de ritmo, al igual que una muestra de arrogancia y menosprecio por la audiencia, sin aclarar hacia que “público” está dirigida la cinta. 28 días después mezcla varios géneros, desde las reminiscencias al género de terror y la ciencia ficción, el drama, la clásica historia de amor y lo “filosófico”, saltando varias veces de uno a otro de forma brusca, todo para cumplir con uno de los retos de la película: llegar a una mayor audiencia.
Los tópicos de la puesta en escena, la fotografía, la dirección artística y el montaje (todo esto llevado al campo de la grabación digital) dan imágenes con mucha variación y contraste cromático. Los elementos visuales de la película llaman especialmente la atención sobre el espectador, empleando una textura diferente a la de una película normal como recurso para transmitir el ambiente apocalíptico de la cinta. También, se altera el color y la luz de la película de forma ocasional, sobre todo para crear la realidad extraña en la que se encuentran los protagonistas. Esto se debe en gran parte al meticuloso trabajo de dirección de Danny Boyle, con la colaboración del director de fotografía Anthony Dod Mantle, el cual desempeña una impresionante faena tras el objetivo de la cámara digital, empleada para la grabación de la película.
Uno de los beneficios que aporta el uso de la grabación digital sobre la “tradicional” es la posibilidad de captar toda la energía que descargan los infectados en la película con sus movimientos. La cámara digital permite a Danny Boyle alterar el frame rate, con lo que las cosas parecen suceder a más velocidad de lo que de hecho son en realidad.
La idea de utilizar imágenes más rápidas de lo normal, se crea para ponernos en la vista subjetiva de los infectados: la percepción de profundidad y distancia se alteran durante el estado de infección, recurriendo a esta “perspectiva” durante las escenas de acción protagonizadas por los infectados.
Las secuencias de Londres habrían sido imposibles de rodar en celuloide, y no solo eso, habrían sido completamente diferentes. El proceso de grabación con cámaras digitales se hubiera convertido en una tarea imposible, menos ambiciosa y con un presupuesto desorbitado. Sin embargo, la utilización de este tipo de cámaras también trae consigo algunas desventajas. En varios momentos de la película, especialmente en los planos generales o que nos ofrecen una imagen panorámica, la calidad de la imagen desciende considerablemente, lo que estropea bastante el conjunto de la composición.
La posición de las cámaras parece estudiada al milímetro, muchas veces mostrándonos encuadres imposibles, inclinados, que pretenden recoger toda la ciudad. La principal dificultad de rodar en escenarios urbanos, y con el tiempo en contra, obligó a usar hasta 10 cámaras. Éstas están colocadas cuidadosamente, de forma que no se interpongan con los protagonistas, muchas veces, observándolos como un ojo ajeno desde una posición elevada y que permite captar el aislamiento y la incomunicación a la que se enfrentan.
La falta de medios para representar la “masacre” vivida en las calles de Londres, obligó a recrear un Londres desierto y “abandonado”, que finalmente les dio con la imagen icónica que necesitaban para crear la atmósfera propicia para el film: una ciudad familiar, y al mismo tiempo, claustrofóbica e inquietante.
En lo que respecta a la música, Boyle abre la película con ‘East Hartings’ del grupo canadiense ‘Godspeed You! Black Emperor’, el tema más interesante de toda la banda sonora. Este lento y elegíaco comienzo, cuya música se construye prácticamente de la nada hasta un apocalíptico crescendo, sirve de paralelismo con el ritmo de la película, y contrasta a la perfección con el desolador tema de Brian Eno, ‘An Ending Descent’. Por otro lado, el compositor John Murphy realiza un trabajo más que aceptable, a pesar de que muchos de los temas compuestos para la película sirvan más a la inquietud de Boyle por “ambientar” las escenas de acción, que el de crear tensión o emoción.
La dirección de Danny Boyle: Londres captada por la cámara digital
La impecable puesta en escena afronta las limitaciones de la producción, recurriendo en contadas ocasiones a los efectos especiales o a los maquillajes truculentos para impresionar al espectador. Además, se agradece la apuesta de rodar la mayor parte del metraje en exteriores en lugar de subterráneos oscuros, opresivos y claustrofóbicos, típicos en las películas con esta temática. Otra cosa bien distinta es que la idea original esté más que agotada, que el guión sea previsible y que los “infectados” provoquen más hastío que terror. A lo largo de la película se llega a percibir cierta falta de ritmo, al igual que una muestra de arrogancia y menosprecio por la audiencia, sin aclarar hacia que “público” está dirigida la cinta. 28 días después mezcla varios géneros, desde las reminiscencias al género de terror y la ciencia ficción, el drama, la clásica historia de amor y lo “filosófico”, saltando varias veces de uno a otro de forma brusca, todo para cumplir con uno de los retos de la película: llegar a una mayor audiencia.
Los tópicos de la puesta en escena, la fotografía, la dirección artística y el montaje (todo esto llevado al campo de la grabación digital) dan imágenes con mucha variación y contraste cromático. Los elementos visuales de la película llaman especialmente la atención sobre el espectador, empleando una textura diferente a la de una película normal como recurso para transmitir el ambiente apocalíptico de la cinta. También, se altera el color y la luz de la película de forma ocasional, sobre todo para crear la realidad extraña en la que se encuentran los protagonistas. Esto se debe en gran parte al meticuloso trabajo de dirección de Danny Boyle, con la colaboración del director de fotografía Anthony Dod Mantle, el cual desempeña una impresionante faena tras el objetivo de la cámara digital, empleada para la grabación de la película.
Uno de los beneficios que aporta el uso de la grabación digital sobre la “tradicional” es la posibilidad de captar toda la energía que descargan los infectados en la película con sus movimientos. La cámara digital permite a Danny Boyle alterar el frame rate, con lo que las cosas parecen suceder a más velocidad de lo que de hecho son en realidad.
La idea de utilizar imágenes más rápidas de lo normal, se crea para ponernos en la vista subjetiva de los infectados: la percepción de profundidad y distancia se alteran durante el estado de infección, recurriendo a esta “perspectiva” durante las escenas de acción protagonizadas por los infectados.
Las secuencias de Londres habrían sido imposibles de rodar en celuloide, y no solo eso, habrían sido completamente diferentes. El proceso de grabación con cámaras digitales se hubiera convertido en una tarea imposible, menos ambiciosa y con un presupuesto desorbitado. Sin embargo, la utilización de este tipo de cámaras también trae consigo algunas desventajas. En varios momentos de la película, especialmente en los planos generales o que nos ofrecen una imagen panorámica, la calidad de la imagen desciende considerablemente, lo que estropea bastante el conjunto de la composición.
La posición de las cámaras parece estudiada al milímetro, muchas veces mostrándonos encuadres imposibles, inclinados, que pretenden recoger toda la ciudad. La principal dificultad de rodar en escenarios urbanos, y con el tiempo en contra, obligó a usar hasta 10 cámaras. Éstas están colocadas cuidadosamente, de forma que no se interpongan con los protagonistas, muchas veces, observándolos como un ojo ajeno desde una posición elevada y que permite captar el aislamiento y la incomunicación a la que se enfrentan.
La falta de medios para representar la “masacre” vivida en las calles de Londres, obligó a recrear un Londres desierto y “abandonado”, que finalmente les dio con la imagen icónica que necesitaban para crear la atmósfera propicia para el film: una ciudad familiar, y al mismo tiempo, claustrofóbica e inquietante.
Lo único discutible en la película, considerándolo como una pequeña excentricidad del director, es el “poco juego” que Boyle da a algunas “imágenes”, especialmente al final, y que pueden pasar inadvertidas para el espectador, como la “amenazante” estatua griega de Laocoonte en el hall de la mansión controlada por los militares, que presagia el “final” del mayor West, o el mapa de Londres (insertado en el montaje de una de las escenas finales) bajo el que se puede leer “HELL” (infierno).
A medida en que el género de terror se va convirtiendo en farsa grotesca, es de agradecer que Boyle se atreviera con la historia de 28 días después, un producto correcto y entretenido, aunque calcado de películas más ilustres y menos recordadas.
1 comentario:
Hay que ver lo que aprendo contigo, Nachito. Si no fuera por tí, seguiría siendo una auténtica inculta en cine.
Gracias, gracias, gracias; millones de gracias! ^^
Un besotÓn!
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