domingo, 25 de octubre de 2009
Conan y el culto a la serpiente
Publicado por Reverendo Gore en 15:31 Etiquetas: bocetos 1 comentarios
viernes, 23 de octubre de 2009
"El Hombre Tranquilo": Un romance, un combate
Título original: The Quiet Man / Año: 1952
Dirección: John Ford
Producción: Republic Pictures
Guión: Frank S. Nugent, Maurice Walsh
Género: Drama
Duración: 129 min.
Fotografía: Winton C. Hoch & Archie Stout
Música: Victor Young
Reparto: John Wayne, Maureen O'Hara, Barry Fitzgerald, Victor McLaglen, Ward Bond
Hablar de John Ford es hablar de un nombre a tener en cuenta dentro del cine americano y sus tres décadas doradas, los años 30, 40 y 50. Muy apegado al país que le vio “nacer” como cineasta, Ford cultivó su estilo en un mundo, el del western americano, con el que podría dar rienda suelta a su consumado patriotismo y afecto a lo yankee. Pero no por ello todo en su filmografía tenía que ser inspiradoras historias del espíritu pionero y de caballería.
“El Hombre Tranquilo” (1952) sería la comedia épica y romántica de John Ford, un sentimental y nostálgico tributo a su herencia irlandesa con la que el realizador de los mejores westerns americanos se recrea en un technicolor que chirría saturación para las localizaciones en Irlanda. Una inocente comedia de enredo cuya puesta en escena venía de la mano de Frank S. Nugent, adaptando la novela de la escritora Maurice Walsh “Green Rushes”.
El legendario director de westerns ya había demostrado su nervio en otros géneros con el galardón al mejor director en “El Delator” (1953) o “Las Uvas de la Ira” (1940). Con ésta fábula norteña, la que nos ocupa, ganaría su quinto óscar como mejor director, amén de otro galardón para su “fotografía en color” y 7 nominaciones entre las que se puede mencionar el reservado a la mejor dirección artística, una muestra más de la buena factura técnica, méritos y reconocimiento de éste, su trabajo más personal.
La memorable historia, sobre la colisión por un puñado de dólares, o mejor dicho, por una dote de 350 libras irlandesas de oro, entre un anti-materialista, un irlandés-americano boxeador retirado llamado Sean “Trueno” Thomton, contra Will (McLaglen), el tacaño hermano de la pelirroja Mary Kate Danaher (O’Hara), termina como una extraña y feliz tragedia griega con dos hombres, que bien perfectamente podrían ser deidades contrapuestas, luchando por el favor de una tercera diosa.
Por supuesto, al ser más ambiciosa y personal que los típicos westerns de Ford, el realizador se encontró con las complicaciones de sacar adelante un trabajo tan alejado de lo “rentable” para la mayoría de estudios del momento en Hollywood. Para ello, Ford acudió a la pequeña productora Republic Pictures, un estudio más recordado por sus cintas de serie B, que terminó por apadrinar el proyecto.
El cine clásico, y por extensión “El Hombre Tranquilo”, es resultado de tiempos más sencillos para el cine. Ford se apoya en amanerados diálogos, no tanto en sus dotes y logros como realizador, haciendo un sobrio y sencillo uso de las posibilidades narrativas de una historia donde el recurso más atrevido son las disoluciones y elipsis. La cinta hace gala de ese sello especial inconfundible y tradicional que eran los planos americanos y ocasionalmente cortos, el technicolor, un lenguaje cinematográfico muy estricto o el encanto heredero del cine mudo, de su interpretación, especialmente a la hora de que las actrices se recreen exageradamente en una reacción femenina.
La película abre, después de una cálida secuencia de créditos, con el protagonista, un “yanqui” de ascendencia irlandesa, llegando a la estación de tren de la localidad de Castletown. La acción es narrada desde entonces en flashback por un personaje fuera de pantalla, el padre Peter Lonergan (Water Bond), un devoto pescador que regala quizá los momentos más divertidos de la película por su indiferencia y que participa casi como “narrador homérico” de la acción. Pero la estrella de la cinta sería otra, el vaquero republicano más famoso de todos los tiempos, John Wayne.
El hoy olvidado protagonista de “La Diligencia” (1939) se animaría a protagonizar otra película de su director predilecto, esta vez encarnando a un gigante de los pesos pesados que cuelga los guantes y jura no volver a pelear. El irlandés Sean Thompton representaría el álter ego en pantalla de John Ford y daría forma, a través del “masculino” Wayne, a un héroe reconocible y cansado que busca un momento de tranquilidad, un alejamiento de la aventura, o en el caso de Ford, del cine belicoso y de oeste.
En la otra hoja de esta farsa de equívocos se encuentra la fortaleza y testarudez de la irlandesa Mary Kate, una mujer que Ford convierte, casi por necesidad para continuar la trama, en objeto de deseo, de conquista y de recompensa. Los méritos en la interpretación de Maureen O’Hara (otra de las favoritas de Ford) pasan inadvertidos cuando se descubre el peculiar y aparente mensaje de la película. “El Hombre Tranquilo”, como sus personajes, se mueve entre ser abiertamente machista y conservadora, o pretenciosamente liberal y moderna.
El discurso pro-machista/pro-feminista juega con extremos: “¿Qué es una casa sin una mujer? (Una casa) No es nada sin una mujer”, “¿Dónde estaríamos nosotros (los hombres) sin mediar una mujer?”, “Ten paciencia y no le sacudas hasta que sea tu marido y pueda devolverte los golpes”… La mujer fuerte que nos sorprende domando a Wayne al principio de la película pasa incomprensiblemente a ser sumisa…quizás por el poderío y carisma de este “vaquero irlandés” que termina invocándola con el grito de “mujer de la casa”. ¿Qué nos quería decir Ford? ¿Es en realidad “El Hombre Tranquilo” un feroz ataque al machismo, incluso contra la misógina tradición de los “northlands” irlandeses? Para encontrar la respuesta debemos avanzar hasta el final de su metraje.
En un montaje presentado como el popularmente conocido “curtain call”, o la llamada a escena del reparto para recibir el aplauso del público, los actores principales de la película se muestran y, precisamente, saludan por última vez. En la escena final, ese cierre “de película” con la imagen de una “harmónica postal”, Mary Kate y Sean son de nuevo una feliz y sonriente pareja frente a su casa. Entonces, Ford aprovecha para destapar su bastante protegido y oculto mensaje: el de la igualdad de sexos incluso en las sociedades y tradiciones más arcaicas y conservadoras, como es la suya propia. Sean, con la misma vara que una anciana le da para “domar” a su mujer, acepta las rarezas de su esposa. Entonces, Mary Kate le susurra al oído. Es ahí cuando, para rechazar de forma simbólica la idea de que él la domina como marido, ella agarra el palo y se aleja de él. Sean y Mary Kate juguetean y finalmente caminan juntos hacia la casa, como respectivos iguales, acompañado del clímax: “The End”.
Por supuesto, este momento tan idílico y absurdo, como lo son los decorados de la película que rallan la postal campestre, es lo que redondea la cinta como “comedieta” romántica disfrazada de melodrama. “El Hombre Tranquilo” termina resultando una crítica menos sutil y más amable contra la “lucha de sexos” que la que haría después otro director que vino del western: Sam Peckinpah, y su “Perros de Paja” (1970).
“El Hombre Tranquilo” es el reflejo de una época más ingenua para el cine, cuando todo se arreglaba con un apasionado y forzado beso frente a la cámara, incluso las inseguridades de una testadura mujer irlandesa. En definitiva, una sátira más y otra cinta que venden como un espléndido clásico.
Publicado por Reverendo Gore en 3:22 Etiquetas: cine 0 comentarios
jueves, 22 de octubre de 2009
In memoriam...Joseph Wiseman (1918-2009)
Publicado por Reverendo Gore en 17:07 Etiquetas: cine, cruda realidad 0 comentarios
miércoles, 21 de octubre de 2009
Dosis de sabiduría (XXIX)
"Si quieres darme un premio, genial. Pero no me hagas ir a la fiesta de después."
Publicado por Reverendo Gore en 16:21 Etiquetas: dosis de sabiduría 0 comentarios
"El Beso del Asesino"
Título original: Killer’s Kiss / Año: 1955
Dirección: Stanley Kubrick
Producción: Stanley Kubrick y Morris Bousel
Guión: Stanley Kubrick y Howard Sackler
Género: Drama / Cine negro
Duración: 93 min.
Fotografía: Stanley Kubrick
Música: Gerald Fried
Reparto: Frank Silvera, Jamie Smith, Irene Kane
Como uno de los más universales, influyentes y aclamados directores de la era de posguerra, Stanley Kubrick disfruta de una reputación (buena para muchos, mala para algunos) difícil de igualar entre los nuevos cineastas. Como realizador, trabajó más allá de los confines de Hollywood, manteniendo un control artístico completo sobre su gran obra, y trapicheando con un vasto cerco de estilos y géneros, desde la comedia negra al terror, el crimen o el drama. Kubrick es, como varios críticos afirman, un enigma, un misterio que construía por medio de sus películas como una reflexión de su obsesiva naturaleza, su perfeccionismo, y su provocativa visión del cine. Pero fue en 1955, con ésta, su segunda película como director después de “Fear and Desire” (1953), cuando el director estadounidense daba sus primeros pasos en una industria a renovar.
En “El Beso del Asesino” hay ciertamente una toma de control por Kubrick, aunque por supuesto menos abierta y evidente que en sus siguientes cintas. Es una historia pulp, un siniestro film noir que nos confiesa el triángulo amoroso entre un mediocre púgil, la prostituta de la que se enamora y su psicótico jefe. Una de las pocas historias “originales” firmadas por la mano de Kubrick y de Howard Sackler, con él que ya había colaborado para su primer largo, y en la que de nuevo retoman los bajos deseos del ser humano, lo psicológico y lo sentimental de sus personajes.
Precisamente, el cine de Stanley Kubrick es tan admirado por su emocional e intelectual fuerza, orquestado como una perfecta combinación de belleza y narrativa. Como director, Kubrick ha evolucionado en sus películas desde un sujeto enamorado a un cineasta en guerra, consigo mismo y con una industria que se movía en lo fácil. Por ello, la obra de Kubrick ofrece una marcada psicología que juega con el existencialismo, amén de mezclar elementos del socialismo, el pragmatismo y el machismo.
La dramatización de Kubrick de lo existencial, de “esa falsa realidad”, unido a una ideología clásica del cine, una expresión a medio camino entre el cine noir y el existencialismo pop que Kubrick descubrió durante sus años de fotógrafo, resultan en está tímida historia de amor que el realizador mostraba con más orgullo para su “debut”.
Curiosamente, Kubrick construye la composición para “El Beso del Asesino” desde su óptica de artista. Todos los tópicos de las historias y personajes del buen pulp tienen lugar en su puesta en escena: el púgil santurrón, la curvilínea chica florero en peligro, el ambiente decadente del viejo Nueva York, sus apestadas calles…Nos muestra unos personajes que chocan, movidos por sus propias ambiciones, mientras al mismo tiempo reconstruye un Nueva York lúgubre, solitario, de los bajos fondos, apurando la iconografía que toma del cine negro, de los años 30 y de las películas de gánsteres.
Para construir ese “mundo” en blanco y negro, escribe una historia montada sobre sus personajes, sobre el silencio, sobre las miradas de una inquietante y dolida Gloria Price (Irene Kane) que se dibujan en pantalla como una viñeta de revista detectivesca.
Sin embargo, adentrándonos más en lo técnico y poniendo en evidencia las rarezas que le marcan como director, Kubrick no nos regala tanto de su estilo propio. Por ejemplo, no recurre a su encuadre favorito, el ángulo en el que la cámara abarca la cara del personaje (un marco visual que empezó a usar en posteriores trabajos), para ser más cumplido con el género, más consecuente. Además, a nivel de realización, luce un montaje más vago y menos errático, más correcto con la época que con la tendencia más estrambótica y experimental que daría sello y estilo a su filmografía.
Abre su relato de forma torpe, con un plano del púgil Davey Gordon (interpretado sobriamente por Jamie Smith) que se demuestra como casi premonitorio, anticipado. Continúa con el flashback y la voz en off, recursos hábiles y sencillos de un director que comenzaba a tocar la realización audiovisual: planos detalle, escenas construidas a través de la pincelada y el “teatrismo”…y sobre todo, montadas al modo “Hitchcock”; es decir, dos planos o niveles de acción en el que el fondo aparece como otro foco de atención sobre el que seguramente atraerá nuestra atención el protagonista.
De esa forma, los encuadres de las escenas se convierten en auténticas instantáneas, representaciones visuales del momento que pretenden captar la acción como si de un cuadro o una fotografía se tratara. Para ello, Kubrick sucumbe además a la ambientación, no sólo escénica, sino también musical. La película está muy cerca de compararse a una improvisación de jazz, con sus altibajos y momentos de desconcertante ritmo. No en vano se sirve de la partitura musical y de instrumentos como las trompetas o las cajas para conseguir esa estética retro neoyorkina que pretende en muchas escenas. La imagen de Frank esperando en el tren mientras suena el tema musical, o al final, presupone uno de los interludios musicales que recrean los sentimientos de los personajes. Precisamente es en esas escenas de aparente musicalidad donde triunfa sobre el mero ejercicio de estilo.
Así, Kubrick se deleita en el momento cumbre del cine negro de los años 50 y en los gastados y melancólicos personajes de gabardina y cigarro. La culpa del personaje de Davey atraganta al espectador, al mismo tiempo que lo desconcierta, ofreciéndole imágenes de impactante dureza, no tanto por el asombroso realismo que pudiera mostrarnos Kubrick en trabajos como “La Chaqueta Metálica” (1987), como por la carga emocional con la que da peso a su historia, a la historia de alguien que se ve obligado a matar en esa ciudad solitaria, hecha para sufrir, en donde “era momento de demostrar que su mentón se había fortalecido”, aprovechando la metáfora del boxeo, de una prueba de resistencia personal con dos personajes recibiendo los golpes que les da la vida.
Se destapa que Kubrick ve “El Beso del Asesino” como un hábil experimento y tanteo con las maneras de “hacer cine”. La secuencia climática donde el boxeador Davey y el mafioso Vincent Rapallo (Frank Silvera) pelean a muerte en la fábrica de maniquís permanece como una secuencia esencial de la carrera de Kubrick, balanceándose entre lo espontáneo y la pose, o lo que es lo mismo, la construcción de la escena a la manera fotográfica. Los maniquís permanecen como pasivos espectadores de la persecución a punta de pistola. Entonces, los antagonistas pasan a una más masculina y primaria pelea, a hacha y lanza. Es interesante pensar en el hecho de que todos los maniquís tengan forma de mujer. La pasividad femenina de estas figuras y la activa masculinidad viene a darnos una extraña lectura sobre las intenciones de Kubrick con la escena, de nuevo un retrato frío y crudo que viene del más puro cine noir y de las revistas de temática detectivesca que hablan más de la brusquedad y aberrante muestra de masculinidad en sus páginas y cuentos, que de historias de amor sinceras.
No hay ninguna duda de la estrategia narrativa de Kubrick tanto en esa como en la secuencia de cierre de la película. Kubrick, siempre un realizador intelectual (sin negar las connotaciones negativas de dicha cualidad de las que su obra a veces abusa), saborea los mitos familiares y oscuros del viejo cine, y del poder casi dominante del hombre sobre la mujer en el género, algo que ya deja a entender con sentencias de sus diálogos como: “Es un error confundir lástima con amor” o “ella estaba tan asustada que se aferraría a cualquier cosa”, incluso a un perdedor como Davey.
“El Beso del Asesino” es un título casi profético. Todo termina con los labios de sus protagonistas fundidos en el abrazo. Los labios de este asesino son dulces, pero no reflejan ni conciencia, ni delirios de moralidad…ni remordimientos. Quizá un juicio con el que también podamos marcar a esta película.
Publicado por Reverendo Gore en 2:15 Etiquetas: cine 1 comentarios
miércoles, 14 de octubre de 2009
Bat Out of Sitges
Publicado por Reverendo Gore en 8:56 2 comentarios