A veces necesitamos conectar con la realidad, estamos tan al borde del éxito que no somos conscientes de lo que nos ha costado llegar hasta donde estamos y recordar todo lo que hemos dejado atrás.
No puedo evitar pensar que no somos nada más que un simple cubito de hielo que se derrite segundo tras segundo en un vaso de bourbon, pero nadie se dará cuenta de que estaba hasta que deje de enfriarle la copa. El mundo nos necesita, a cada uno de nosotros; da igual que el mundo sea un amigo, una persona especial, una chica...o un simple pez de colores.
No puedo evitar pensar que no somos nada más que un simple cubito de hielo que se derrite segundo tras segundo en un vaso de bourbon, pero nadie se dará cuenta de que estaba hasta que deje de enfriarle la copa. El mundo nos necesita, a cada uno de nosotros; da igual que el mundo sea un amigo, una persona especial, una chica...o un simple pez de colores.
Día tras día, nos quedamos más solos; nos liberamos de papá y de mamá, pensando que ya es hora de coger unas vacaciones de todo eso y todo eso sólo nos servirá para comenzar una nueva rutina: levantarnos, mojarnos la cara y esperar que al mirarnos al espejo nos hayamos convertido en una cara nueva, una sin preocupaciones, que puede irse a dormir tranquila sintiéndose feliz.
¿Por qué todo ésto? Puede que me haya dado cuenta de que la fórmula que utilizo para conectar con mi propia realidad es quedarme hasta altas horas de la noche viendo una película, una que seguro haya visto ya demasiadas veces y me sepa de memoria.
Tras horas rebuscando entre las miles de posibilidades, desempolvé por casualidad una vieja cinta de VHS que andaba perdida en mi estantería, no tenía nombre, ni siquiera una de esas pequeñas marcas que suelo dibujar en algunas de las cintas más viejas para evitar que sean borradas en un ataque de impaciencia.
La metí en el video, le di a play y me tumbé sobre mi cama esperando que al menos fuera lo suficientemente aburrida como para hacerme dormir durante un par de horas seguidas. A los pocos segundos aparecieron los créditos iniciales: era una mano apoyada sobre un papel amarillento, escribiendo un par de nombres a lapicero que pertenecían al director, actores...y el título de la película...Casi famosos.
Sonreí unos segundos recordando que me encantó verla por primera vez, que hablaba sobre música, sobre The Who, Led Zeppelin o Bob Dylan; los sueños del protagonista, un chico con aspiraciones por adentrarse en el perturvado mundo de la revista Rolling Stone y por conocer mundo, y la imborrable imagen de la angelical Kate Hudson apareciendo en pantalla y diciendo "Eres demasiado dulce para el rock and roll''.
La película avanzaba, y lo que al principio parecía simpatía por verla se transformó en unas ganas horribles de parar la película. Observar de repente a la dulce Penny Lane, Emily o Lady, cualquiera de sus nombres, me trajo a la mente porque había ocultado bajo capas de polvo esa película. Allí estaba ella, con el pelo rubio y rizado, agarrada al protagonista y caminando por el parque; momento en el que si no hubiera sido por mi propio deseo de autodestrucción, hubiera apagado la tele y haber intentado coinciliar el sueño con la magnífica voz de Elthon John en 'Tiny Dancer'. Pero la seguí viendo, y cuando terminé de verla por la que problabemente haya sido la cuarta o quinta vez, volví a sentirme bien; la metí en su caja, y la dejé en la estantería, ésta vez, cerca de los dvs, esos que siempre están a la vista, y que siempre acabo poniendo.
¿Por qué todo ésto? Puede que me haya dado cuenta de que la fórmula que utilizo para conectar con mi propia realidad es quedarme hasta altas horas de la noche viendo una película, una que seguro haya visto ya demasiadas veces y me sepa de memoria.
Tras horas rebuscando entre las miles de posibilidades, desempolvé por casualidad una vieja cinta de VHS que andaba perdida en mi estantería, no tenía nombre, ni siquiera una de esas pequeñas marcas que suelo dibujar en algunas de las cintas más viejas para evitar que sean borradas en un ataque de impaciencia.
La metí en el video, le di a play y me tumbé sobre mi cama esperando que al menos fuera lo suficientemente aburrida como para hacerme dormir durante un par de horas seguidas. A los pocos segundos aparecieron los créditos iniciales: era una mano apoyada sobre un papel amarillento, escribiendo un par de nombres a lapicero que pertenecían al director, actores...y el título de la película...Casi famosos.
Sonreí unos segundos recordando que me encantó verla por primera vez, que hablaba sobre música, sobre The Who, Led Zeppelin o Bob Dylan; los sueños del protagonista, un chico con aspiraciones por adentrarse en el perturvado mundo de la revista Rolling Stone y por conocer mundo, y la imborrable imagen de la angelical Kate Hudson apareciendo en pantalla y diciendo "Eres demasiado dulce para el rock and roll''.
La película avanzaba, y lo que al principio parecía simpatía por verla se transformó en unas ganas horribles de parar la película. Observar de repente a la dulce Penny Lane, Emily o Lady, cualquiera de sus nombres, me trajo a la mente porque había ocultado bajo capas de polvo esa película. Allí estaba ella, con el pelo rubio y rizado, agarrada al protagonista y caminando por el parque; momento en el que si no hubiera sido por mi propio deseo de autodestrucción, hubiera apagado la tele y haber intentado coinciliar el sueño con la magnífica voz de Elthon John en 'Tiny Dancer'. Pero la seguí viendo, y cuando terminé de verla por la que problabemente haya sido la cuarta o quinta vez, volví a sentirme bien; la metí en su caja, y la dejé en la estantería, ésta vez, cerca de los dvs, esos que siempre están a la vista, y que siempre acabo poniendo.
1 comentario:
Místico anacoreta...aunque sea de la mano de Kate Hudson
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