Él era así. Era de esos niños que pensaba que por usar tarjetas, palabras rebuscadas y tener la vida más o menos arreglada era un adulto. Alardeaba de lo poco que tenía, pero escondía el rabo entre sus enclenques y regordetas piernas cuando le señalaban lo que le faltaba. Eran cosas que estaban a flor de piel, pero que uno tras otro le recordaban asegurándose así de que siguiera doméstico, encorvado y debilucho.
Cara roja, manos rojas, una o dos marcas en la piel seguidas de otras tantas, y una expresión que parecía decir a la gente de Independencia "no me hagas daño, pégame y te machaco, pero dime si te molesta". De corrido, como pisando las palabras de su discurso.
Tenía ya sus años. Se había descubierto por la mañana mirando sus manos grises con las yemas de los dedos rosadas, y unas venas infladas hacia los nudillos que se había prometido no llegar a tener cuando las miraba en las manos de los adultos.
Los recuerdos como las ideas en estos dos años le venían a golpes, como quien deja caer cientos de pelotas al suelo y después trata torpemente de recogerlas. No sabía nunca muy bien qué día era, y si lo sabía era porque se lo apuntaba en la mano o porque alguien le recordaba a qué, a quién, al cómo, al cuándo o al por qué tenía que hacer lo que tuviera que hacer.
Se miraba las manos por la mañana y pensaba en su piel con escamas, en la mitad de su cara siempre sonrojada y rascada, o en lo calientes que estaban sus palmas cuando pensaba en algo que le pusiera nervioso. Hoy pensaba en ella. Ayer pensaba en ella. Desde hacía un tiempo que pensaba sólo en el color marrón. Se acostaba con intención de despertarse y seguía pensando en su cuaderno, azul o verde. No podía escuchar Van Morrison. No podía. La canción no se la podría saber nunca de memoria, pero ahí estaba, sonando sin parar. Y le llegó otra bola a la cabeza, esa bola que le recordaba cogiendo un bus de vuelta y asomándose por la ventana del cristal. Sólo pedía no tener que coger más ese bus, pero lo cogería y pediría no cogerlo todo lo que su suerte le permitiera. En el fondo, lo único que quería era cogerlo.
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