Tras incontables horas manoseando los viejos libros y manuscritos sobre astronomía y física elemental de su cuarto de lectura, Howard subió torpemente la escalera hacia el dormitorio con sus últimas fuerzas ahogadas entre alcohol y sueño.
Acostaba con pesadez su enjuto cuerpo, mientras doblaba ridículamente las piernas y se apoyaba contra la cómoda de noche, cuando se fijó en el extraño vaho que cubría fantasmagóricamente el delicado vidrio de sus ventanas.
El grueso del cristal parecía ser atravesado de fuera hacia dentro por una blanquecina masa de humedad que palpitaba lánguida, apareciendo y desapareciendo como un aliento monstruoso pero, sin embargo, frágil.
A pesar de los atributos casi fantásticos del fenómeno, Howard no mostró mayor interés que el que despierta para cualquiera una inoportuna nevada en diciembre o una niebla espesa en Londres.
Pero fue entonces cuando un mefítico olor se deslizó por la habitación. La serena inquietud científica de Howard pasó a manifestarse como el primordial miedo de un niño ante la profunda oscuridad. Trastabilló hacia atrás y cayó al suelo.
Un renovado terror le mantuvo esta vez con la vista fija en la ventana. Sólo llegó a ver una colosal forma, bulbosa, borrosa...moviéndose con sordos gemidos. Suspirando, latiendo. Se distinguía una frase mal dibujada en el vaho: -Traenos de vuelta, Lovecraft.
3 comentarios:
Es un tentáculo de viscosín! lo sé! lo intuyo!
Howard se aburriría como una ostra.
http://pareceeuforia.blogspot.com/
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