viernes, 25 de diciembre de 2009

jueves, 24 de diciembre de 2009

lunes, 21 de diciembre de 2009

"Soy la noche"





domingo, 20 de diciembre de 2009

De la publicidad al cine y del cine a la publicidad

Desde hace 30 años, década arriba década abajo, la publicidad ha resultado ser un buen trampolín para las aspiraciones más altas de los creativos publicitarios. Los involucrados en el asunto, realizadores, guionistas, e incluso el catering, ven el “spot” como una oportunidad para salir de la triste realidad cotidiana de un oficio (el de publicitario) mal pagado y mal visto a priori, y lanzarse al “verdadero” mundo audiovisual. Y es que parece que trabajar en publicidad ha terminado por convertirse en un estigma más visible que el de ser abogado “picapleitos” o periodista “plumilla”. La culpa de esa meta es el éxito en Hollywood de directores que en su día vinieron de la pequeña pantalla y llamaron la atención de alguien más alto por sus videoclips y spots.

El director Spike Jonze, por mencionar uno de tantos, demostró sobradamente capacidad para hacer videoclips y spots atractivos. Su creciente gusto por el exceso, que propicia unas cuantas secuencias desmesuradamente enloquecidas, hicieron fácil que la industria del cine pusiera los ojos en él. Ahora, después de tocar la comedia negra con “Cómo ser John Malkovich” (1999) o “Adaptation” (2002), películas rompedoras narrativamente, se embarca en adaptar la obra de Maurice Stendhal, “Donde habitan los Monstruos”. Después resulta que la publicidad se retroalimenta. El “monstruo” (por criatura y estilo) del nuevo anuncio del nuevo Seat Altea XL resulta extrañamente parecido a la idea de Jonze. Pero eso es otra historia.

A pesar de pocos halagos y muchos abucheos, otro americano que viene de la publicidad es Michael Bay (“Dos policías rebeldes”, “Transformers”), un tipo que ha creado escuela en esto de la publicidad y que a día de hoy nos sigue dando lecciones de cómo llamar la atención del ojo espectador…sólo hay que ver el spot publicitario que el señor Bay ha rodado para la firma de lencería Victoria’s Secret para saber porque ese hombre gana tanto dinero.

De Michael Bay podemos decir que trabajó para la reconocida empresa publicitaria Propaganda Films, junto con otros del calibre de Ridley y Tony Scott, Barry Sonnenfeld, Adrian Lyne, David Fincher, Michel Gondry, Spike Lee, Alex Proyas o Zack Snyder. Por supuesto, Bay trabajó para las grandes (Nike, Budweiser o Coca-Cola) y tanto él como los mencionados han vuelto y volverán a esto de hacer anuncios.

De Ridley Scott, del que se dice que ha dirigido más de 3.000 anuncios, hablaríamos de su trabajo para Apple en el famoso spot donde nos intentaba convencer del talante revolucionario de la marca recreando el universo literario del “1984” de Orwell. De hecho, el cine de Scott siempre ha tenido un estilo chic, de un esteticismo recargado muy parecido al de sus anuncios.
No es novedosa la inclinación de los directores de aquí y de allá (nacionales e internacionales) por el género publicitario, no sólo porque Don Dinero requiera de su presencia en spots de los que se espera una factura sobresaliente, sino porque la propia publicidad se adueña del cine imitando su ritmo, narrativa y utillaje estético. Hollywood es una vieja experta en sacar promesas del mundo publicitario y, al mismo tiempo, la publicidad se aprovecha para vender productos con un “el nuevo anuncio de…será dirigido por…”. A simple vista parece un intercambio de roles.

El concepto de cambio y transformación que se ha producido en la publicidad hacia algo parecido al cine, no hace sino demostrar que, en definitiva, sólo los terminará por distinguir su duración. Al fin y al cabo, ambos nos venden cosas, ambos son la misma ficción…sólo que quizá la publicidad es más honesta y nos lo confiesa al final de cada anuncio. ¿Qué nos hace la publicidad? ¿Por qué nos atrae y asquea al mismo tiempo? La respuesta puede que esté en esa declaración de intenciones que Tyler Durden, alias Brad Pitt, nos exponía en, precisamente, la película más conocida del ex publicitario David Fincher.

"La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos, no hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine, o estrellas del rock. Pero no lo seremos, y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados". (El club de la lucha)

viernes, 11 de diciembre de 2009

La publicidad: el escaparate de la tele y el hermano pobre del cine

“El cine es un producto de consumo voluntario y deseado, igual que la publicidad.”

La “buena publicidad” es una hábil acrobacia. El término anglosajón freestyle se aplica normalmente a cualquier actividad musical o deportiva en la que los participantes son libres de utilizar el estilo (o, mejor dicho, style) que prefieran. Por ello, tienen una libertad total para competir y para ganarse los méritos a decidir por parte del juicioso público. En la publicidad, este concepto también se aplica y da lugar a un tipo de espectáculo audiovisual (breve por definición) que se ha vuelto tremendamente popular y en el que lo preciso y sencillo, compiten más que nunca contra lo enrevesado y “chanante”.

La publicidad se ha convertido en un pequeño escaparate de las nuevas técnicas en imagen, siempre que (como contrapartida) estemos dispuestos a ser engañados y a que nos vendan un “Bienvenido a un mundo perfecto”, un mundo que además se ha fijado más en el cine que nunca. Eso sí, sin tachar a los nuevos anuncios de poco originales. No falta ese sano ingenio resultado de tantos años intentando vender el mismo producto. Ahí es donde aparece la reciente campaña de octubre de una conocida marca de bombones que va directa al grano: “Este verano tampoco hemos vendido ni un solo bombón”. Por supuesto, debajo del delicioso chocolate de turno, aparece el sello de FERRERO ROCHER y MON CHÉRI, una empresa a la que le basta con “sacar el tenderete” en invierno para triunfar.

Ahora, con una crisis a la espalda, la publicidad se ha hecho, irónicamente, menos adulta. Se ha vuelto rabiosamente contemporánea y a veces termina por levantar ampollas. Sabe que el consumidor se coloca ante la televisión para observar, criticar, dejarse convencer y participar de la experiencia. No es extraño que más del 40% de los espectadores vea después los anuncios en las grabaciones que hace de sus programas favoritos. ¿El motivo? Sencillamente que hemos pasado a considerarlo como parte de la oferta de entretenimiento.

La publicidad nos recuerda a momentos, a músicas, a películas y a series. Gana en la proporción que es alegre, divertida, irónica, chispeante o tremendamente concienciada con el problema que toca, pero también en función de las influencias de las que bebe. Llamémoslo “homenaje”, llamémoslo “guiño” o “copia barata”, pero al espectador le funciona.

La zona oscura de la publicidad es imitar en exceso el estilo de las películas. En primer lugar, copiando su elegancia. Como Ian Fleming, sus novelas y las películas que las siguieron, la vieja publicidad convertía a las mujeres bellas en objetos. Ahora, es a través de la publicidad cuando aprendemos que en realidad las mujeres gozan de un gran poder. Los hombres son cada día más “pajaritos”: frágiles, pequeños y desconcertados.

La eficacia de la fórmula ha ido cambiando. Cada vez se apuesta más por el humor y menos por los brillantes decorados. Algunos, sin embargo, con un presupuesto más holgado, se recrean como siempre. ¿O quizá sea cosa de públicos? No es lo mismo vender una bebida energética para un fan de “Corre, Lola, Corre” que un perfume para una admiradora de “Desayuno con Diamantes”. Y es que la publicidad se mueve entre lo sensible y lo excéntrico.

Lo novedoso del asunto consiste en que la publicidad es, a día de hoy, una sabia mezcla de ambas fórmulas. Después de tanto tiempo agotando estereotipos y formatos, no le ha quedado otra que arriesgar.

La polémica siempre ha estado unida a la publicidad. No en vano los anuncios tratan de impactar y conseguir la atención de los consumidores, traspasando si es necesario barreras que damos por supuestas: no fomentar la violencia, actitudes xenófobas o discriminatorias, no resultar “sexualmente sugerentes”…o al menos demasiado. Todo forma parte de la extraña doble moral de la publicidad: está permitido hacerlo, quieren que se haga, pero no que se les haga responsables cuando los consumidores les apunten con el dedo y les obliguen a retirarlos. En papel, todo parece una buena idea, hasta que las asociaciones se lanzan contra ellos.

Es precisamente ese peligro lo que ha motivado que la publicidad, que suele ir a la cabeza de la creatividad, se haya fijado en géneros como el musical, la fantasía, la comedia de “golpes” y sitcom, el terror…clasificaciones que vienen más del cine que de la literatura. El cine es precisamente el auténtico generador de tendencias y de modas, y para la publicidad es una nueva musa.

No consiste en derrochar a espuertas el dinero para crear una minipelícula de 60 segundos. Lo que falta no es técnica, sino chispa. Aunque todos sabemos que la creatividad, la buena, resulta, por lo general, considerablemente cara. Un anuncio en el que el protagonista inicie una persecución de coches en plena vía madrileña gana más puntos para vender un auto que el de un padre preguntando a su hijo “si en el maletero del novio de su madre caben tantas piruletas”. Al fin y al cabo, como en el mundo del cine, se termina comprando el envoltorio y no la utilidad, a pesar de que la originalidad se puede aplaudir más en el segundo caso. Pese a todo en los últimos años hemos visto que los adornos ya no funcionan como antaño.

La publicidad lleva en nuestras vidas, como bien se suele decir a modo de falso panegírico, más de 60 años. Y como James Bond, volviendo a hacer una extraña comparación con este ídolo del cine, vive en un mundo curioso, un mundo en el que como apuntó Sprage de Camp al hablar sobre otro gran personaje de ficción, Conan, “todos los hombres son colosos y todas las mujeres hermosas, la vida es siempre una aventura y los problemas sencillos”.

Aquí cuando un anuncio no funciona se le llama “publicidad mal ubicada” o “target equivocado”. Como casi siempre, las pretensiones de “vender” están muy por encima de los logros en la forma de venderlo.

Hay anuncios que simplemente no funcionan porque resultan “demasiado intelectuales” como para quedarse con el producto y no con la idea. En palabras más elocuentes sería la calificación de un spot “que intenta transitar por la senda de lo ambiguo y termina despeñándose por el precipicio de lo obvio”, de acuerdo a una de esas críticas pedantes que pueblan los magazines varios. ¿Entonces cuál es la prometedora tendencia o sello de la publicidad moderna? ¿Qué espectador quiere ver ahora tipos fornidos y cosas que no entiende cuando puede ver a un tipo peculiar como él y gags a lo “Jerry Lee Lewis”?

Tirando del humor absurdo de la comedia cinematográfica o apostando por imitar (con su toque y a su manera) reconocibles escenas de cientos de películas, la publicidad ha logrado convertir 60 segundos de imágenes en una mordaz crítica o en un hábil camino para vender imagen de marca. Los tiempos del “toma el dinero y corre”, cuando apenas se premiaba la originalidad y los anuncios se convertían en atropelladas enumeraciones de calidad y cantidad, han pasado a mejor vida.