sábado, 21 de agosto de 2010

Relato de un pollo decapitado

Una bonita casa, un césped que poder cortar, un perro, unos simpáticos vecinos, una mujer encantadora…Todo era magnífico en la vida de Joe Mason. Hacía unos días que había conseguido el puesto de vicepresidente ejecutivo en la compañía de su suegro, una aclamada empresa de ingeniería dedicada especialmente al diseño, construcción y montaje de los mejores y últimos modelos de automóvil americano. Una nueva oportunidad.

Su esposa, Linda, siempre había deseado tener una familia numerosa. Pasaba sus días tras el mirador del porche observando a los niños de sus vecinas jugando en las seguras calles de la urbanización. A veces, mientras bebía su chocolate caliente deseaba, anhelaba, soñaba chuscamente que aquellos adorables y angelicales críos perdían su pelota en su jardín, y ella amablemente les dejaba entrar en su casa y bebían con ella otra taza del chocolate que ella misma preparaba y que por supuesto le encantaba a su marido. Otras veces, soñaba simplemente que la madre de los chicos, viendo la peligrosa e inevitablemente muerte de sus hijos ante un coche que se aproximaba a gran velocidad por la calle, se ponía frente al auto y moría aplastada por una tonelada de amasijos de hierro a 120 km por hora; ella, cortésmente, despegaría a la madre del arcén (o lo que quedara) para evitar traumatizar a sus hijos con esa horrible visión, cubriría los restos con el cubrecama que guardaba para invitados y adoptaría a los niños como una buena samaritana y vecina. Juntos vivirían felices, pasearían al perro, irían a la universidad…Linda observaba a esos niños y una fina sonrisa de felicidad y satisfacción inundaba su cara.

Cuando Linda conoció a Joe era un joven y apuesto chico que intentaba abrirse camino en el competitivo mundo laboral. Por suerte, Linda no tardó ni apenas un año en presentarle a sus padres. El padre de Linda había desechado a muchos moscones sentándose simplemente en su rincón favorito, bajo el rifle Winchester que colgaba orgulloso en su pared, justo al lado de su licencia de armas.

La primera vez que Joe conoció a August, que así se llamaba el padre de Linda, él estaba sentado en su sillón, con la mano en uno de los reposabrazos mientras con la otra levantaba ligeramente la taza de café. Para Joe, la imagen de August observándole a través de esas pobladas cejas mientras su denso bigote hacía de colador del café, le provocó una extraña sensación de repulsión.
-Cariño, éste es mi padre. ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?- preguntó Linda.
Joe separó tímidamente las comisuras del labio dispuesto a hablar, dibujando una mueca ridícula en su cara. Entonces, con el mayor de los esfuerzos, abrió tímidamente la boca, y una fuente de vómito como nunca se ha visto comenzó a chocar contra los mocasines de August; por suerte, otra parte del vómito estaba reservada a su pulido suelo.

Años más tarde, August, haciendo un esfuerzo por olvidar el trágico accidente de sus mocasines, se propuso en convertir a Joe en el hombre que debía ser y que nunca sería; es decir, en August mismo. Un hombre triunfador. Y casi lo consiguió.

Joe había podido comprar una lujosa casa en una recién construida urbanización a las afueras de la ciudad, pagaba sus impuestos, saludaba a los nuevos vecinos de la Calle Arce, preparaba barbacoas, e incluso compró un pequeño cachorro que pudiera hacer compañía a su esposa Linda en las largas y duras rutinas de trabajo.

Diez años después, el perro había crecido, un fox terrier, y el aspecto de Joe distaba mucho del que en un principio había enamorado a Linda. Joe vestía un apretado traje que cubría su incipiente e inevitable barriga y la corbata que su mujer le había comprado para su último aniversario comenzaba a prensar su voluminoso cuello. El Joe enérgico de la década de los ochenta había dado paso a un nuevo hombre, superviviente de las miles de generaciones de ejecutivos enganchados al polvo blanco que ansiaban convertirse en prototipo de película de Brian de Palma mientras bromeaban amenazantes con su maletín, gritando “¡Saludad a mi amiguita!”. Las felices canciones de Cindy Lauper desaparecían, y Sydney O’Connor señalaba amenazante al Papa. Eran nuevos tiempos; y Joe comenzó a sufrir la monotonía de una vida sin sobresaltos, sin emoción. Se acostaba sobre la cama vestido, extendía los brazos y girando levemente su cabeza miraba a su perfecta mujer.
-¿Te apetece?- dijo él.
-No me despiertes cuando termines- replicó ella.
Estas dos frases eran el único lazo de entusiasmo que aún les mantenía juntos. Joe podía durante al menos 10 minutos desconectar con la realidad, con el trabajo, con su ejemplar vida e incluso con el maldito perro que no paraba de frotarse contra su pierna mientras hacían el amor, y su mujer, albergaba un día más la esperanza de quedarse embarazada. Después de tanto tiempo, mantener la pasión era como intentar arrancar un viejo chevrolet a la primera, o como escuchar a los Beatles con orejeras.

Pero todo eso, el coche, el trabajo, su mujer, el fox terrier…se torció por un infantil descuido, un pequeño accidente…Cuando ese día Joe bajó a la fábrica para intentar solucionar el fallo de una de las prensas que les había traído locos toda la mañana no debió acercarse tanto. Los asistentes a ese violento y embarazoso espectáculo sólo pudieron decir “Auch”.

Despertó en la cama de un hospital tiempo después, con un pañal de velcro en la cintura. A estas alturas es fácil adivinar lo que pasó. Adiós virilidad y adiós Sr. Herramienta. Sin ella se sentía mutilado, anulado. En el sentido estricto de la palabra, ahora estaba descabezado. Donde antes había un bulto rosáceo y poco llamativo, había un muñón roído y blanquecino que luchaba por no derramarse cada vez que Joe giraba hacia uno de los lados de la cama. Ahora, sin coche, sin trabajo, sin su mujer y sin el maldito fox terrier sólo podía apretar los dientes, acurrucarse y esperar a la pomada de la enfermera Wallace. “Una muñequita así agarrándomela sin cariño ni emoción”, pensó. Hace meses le hubiera bastado. Ahora sólo podía pensar: “Toma del frasco”.
-N.

1 comentario:

RUBRUM EFFERUS dijo...

Esta historia me hizo doler hasta el ... je je

Pero bueno, te doy mi buena critica aunque estaría bien si especificas mas en el accidente, es decir, esa parte casi no la entendí hasta que la leí otra vez y también es algo difícil de creer aun dentro de la ficción...

por lo demás las partes que mas me gustaron y que me parecieron geniales son:

"El padre de Linda había desechado a muchos moscones sentándose simplemente en su rincón favorito, bajo el rifle Winchester que colgaba orgulloso en su pared, justo al lado de su licencia de armas. "

"Después de tanto tiempo, mantener la pasión era como intentar arrancar un viejo chevrolet a la primera..."