viernes, 23 de octubre de 2009

"El Hombre Tranquilo": Un romance, un combate

Título original: The Quiet Man / Año: 1952
Dirección: John Ford
Producción: Republic Pictures
Guión: Frank S. Nugent, Maurice Walsh
Género: Drama
Duración: 129 min.
Fotografía: Winton C. Hoch & Archie Stout
Música: Victor Young
Reparto: John Wayne, Maureen O'Hara, Barry Fitzgerald, Victor McLaglen, Ward Bond

Hablar de John Ford es hablar de un nombre a tener en cuenta dentro del cine americano y sus tres décadas doradas, los años 30, 40 y 50. Muy apegado al país que le vio “nacer” como cineasta, Ford cultivó su estilo en un mundo, el del western americano, con el que podría dar rienda suelta a su consumado patriotismo y afecto a lo yankee. Pero no por ello todo en su filmografía tenía que ser inspiradoras historias del espíritu pionero y de caballería.

“El Hombre Tranquilo” (1952) sería la comedia épica y romántica de John Ford, un sentimental y nostálgico tributo a su herencia irlandesa con la que el realizador de los mejores westerns americanos se recrea en un technicolor que chirría saturación para las localizaciones en Irlanda. Una inocente comedia de enredo cuya puesta en escena venía de la mano de Frank S. Nugent, adaptando la novela de la escritora Maurice Walsh “Green Rushes”.

El legendario director de westerns ya había demostrado su nervio en otros géneros con el galardón al mejor director en “El Delator” (1953) o “Las Uvas de la Ira” (1940). Con ésta fábula norteña, la que nos ocupa, ganaría su quinto óscar como mejor director, amén de otro galardón para su “fotografía en color” y 7 nominaciones entre las que se puede mencionar el reservado a la mejor dirección artística, una muestra más de la buena factura técnica, méritos y reconocimiento de éste, su trabajo más personal.


La memorable historia, sobre la colisión por un puñado de dólares, o mejor dicho, por una dote de 350 libras irlandesas de oro, entre un anti-materialista, un irlandés-americano boxeador retirado llamado Sean “Trueno” Thomton, contra Will (McLaglen), el tacaño hermano de la pelirroja Mary Kate Danaher (O’Hara), termina como una extraña y feliz tragedia griega con dos hombres, que bien perfectamente podrían ser deidades contrapuestas, luchando por el favor de una tercera diosa.

Por supuesto, al ser más ambiciosa y personal que los típicos westerns de Ford, el realizador se encontró con las complicaciones de sacar adelante un trabajo tan alejado de lo “rentable” para la mayoría de estudios del momento en Hollywood. Para ello, Ford acudió a la pequeña productora Republic Pictures, un estudio más recordado por sus cintas de serie B, que terminó por apadrinar el proyecto.

El cine clásico, y por extensión “El Hombre Tranquilo”, es resultado de tiempos más sencillos para el cine. Ford se apoya en amanerados diálogos, no tanto en sus dotes y logros como realizador, haciendo un sobrio y sencillo uso de las posibilidades narrativas de una historia donde el recurso más atrevido son las disoluciones y elipsis. La cinta hace gala de ese sello especial inconfundible y tradicional que eran los planos americanos y ocasionalmente cortos, el technicolor, un lenguaje cinematográfico muy estricto o el encanto heredero del cine mudo, de su interpretación, especialmente a la hora de que las actrices se recreen exageradamente en una reacción femenina.

La película abre, después de una cálida secuencia de créditos, con el protagonista, un “yanqui” de ascendencia irlandesa, llegando a la estación de tren de la localidad de Castletown. La acción es narrada desde entonces en flashback por un personaje fuera de pantalla, el padre Peter Lonergan (Water Bond), un devoto pescador que regala quizá los momentos más divertidos de la película por su indiferencia y que participa casi como “narrador homérico” de la acción. Pero la estrella de la cinta sería otra, el vaquero republicano más famoso de todos los tiempos, John Wayne.

El hoy olvidado protagonista de “La Diligencia” (1939) se animaría a protagonizar otra película de su director predilecto, esta vez encarnando a un gigante de los pesos pesados que cuelga los guantes y jura no volver a pelear. El irlandés Sean Thompton representaría el álter ego en pantalla de John Ford y daría forma, a través del “masculino” Wayne, a un héroe reconocible y cansado que busca un momento de tranquilidad, un alejamiento de la aventura, o en el caso de Ford, del cine belicoso y de oeste.

En la otra hoja de esta farsa de equívocos se encuentra la fortaleza y testarudez de la irlandesa Mary Kate, una mujer que Ford convierte, casi por necesidad para continuar la trama, en objeto de deseo, de conquista y de recompensa. Los méritos en la interpretación de Maureen O’Hara (otra de las favoritas de Ford) pasan inadvertidos cuando se descubre el peculiar y aparente mensaje de la película. “El Hombre Tranquilo”, como sus personajes, se mueve entre ser abiertamente machista y conservadora, o pretenciosamente liberal y moderna.

El discurso pro-machista/pro-feminista juega con extremos: “¿Qué es una casa sin una mujer? (Una casa) No es nada sin una mujer”, “¿Dónde estaríamos nosotros (los hombres) sin mediar una mujer?”, “Ten paciencia y no le sacudas hasta que sea tu marido y pueda devolverte los golpes”… La mujer fuerte que nos sorprende domando a Wayne al principio de la película pasa incomprensiblemente a ser sumisa…quizás por el poderío y carisma de este “vaquero irlandés” que termina invocándola con el grito de “mujer de la casa”. ¿Qué nos quería decir Ford? ¿Es en realidad “El Hombre Tranquilo” un feroz ataque al machismo, incluso contra la misógina tradición de los “northlands” irlandeses? Para encontrar la respuesta debemos avanzar hasta el final de su metraje.

En un montaje presentado como el popularmente conocido “curtain call”, o la llamada a escena del reparto para recibir el aplauso del público, los actores principales de la película se muestran y, precisamente, saludan por última vez. En la escena final, ese cierre “de película” con la imagen de una “harmónica postal”, Mary Kate y Sean son de nuevo una feliz y sonriente pareja frente a su casa. Entonces, Ford aprovecha para destapar su bastante protegido y oculto mensaje: el de la igualdad de sexos incluso en las sociedades y tradiciones más arcaicas y conservadoras, como es la suya propia. Sean, con la misma vara que una anciana le da para “domar” a su mujer, acepta las rarezas de su esposa. Entonces, Mary Kate le susurra al oído. Es ahí cuando, para rechazar de forma simbólica la idea de que él la domina como marido, ella agarra el palo y se aleja de él. Sean y Mary Kate juguetean y finalmente caminan juntos hacia la casa, como respectivos iguales, acompañado del clímax: “The End”.

Por supuesto, este momento tan idílico y absurdo, como lo son los decorados de la película que rallan la postal campestre, es lo que redondea la cinta como “comedieta” romántica disfrazada de melodrama. “El Hombre Tranquilo” termina resultando una crítica menos sutil y más amable contra la “lucha de sexos” que la que haría después otro director que vino del western: Sam Peckinpah, y su “Perros de Paja” (1970).

“El Hombre Tranquilo” es el reflejo de una época más ingenua para el cine, cuando todo se arreglaba con un apasionado y forzado beso frente a la cámara, incluso las inseguridades de una testadura mujer irlandesa. En definitiva, una sátira más y otra cinta que venden como un espléndido clásico.


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