lunes, 24 de mayo de 2010

Siete héroes a través del tiempo: influencias y adaptación de la narración épica de “Los Siete Samuráis” a los géneros cinematográficos modernos (I)

Introducción: mito, leyenda y ficción. El héroe en la tradición europea y clásica

a. La senda de la sangre y del honor: la concepción del héroe

La antigua poesía popular tiene un carácter nítidamente épico. El contenido principal de las antiguas leyendas en torno a míticos héroes griegos, europeos y de todo el mundo lleva en su espíritu el recuerdo de las migraciones de los pueblos, el enfrentamiento entre tribus y la lucha por el territorio. Mucho tiempo después la Edad Media crearía de esos temas las grandes epopeyas populares, que ahora nos dibujan un mundo lleno de héroes y de acciones heroicas, y de palabras como “fraternidad”, “liderazgo” o “sacrificio”. Es de lo profundo de esas viejas poesías y relatos donde emerge la moderna concepción del héroe, recuerdo de su oxidada mitología y origen.

Lo que podríamos bautizar perfectamente como canciones y baladas épicas llevan siglos narrando aventuras y hazañas heroicas con algo de real, historias que han visto como sus hechos históricos se transformaban en acciones legendarias llenas de violencia, y dónde los héroes protagonistas iniciaban un camino marcado por la búsqueda de gloria o de redención.

Durante siglos estos “superhombres”, estos líderes natos, se han ido transformando hasta dibujar una concepción del guerrero que se mueve hábilmente entre la de héroe y antihéroe en función de cada época. Los hemos visto seguir la senda de la sangre y del honor, aceptar la muerte por el deber de lo justo, pero también moverse por la venganza y la satisfacción personal. Los héroes son y se han creado siempre según el modelo ideal de cada comunidad, de cada época y lugar. Así es como el cine, nuestro poemario moderno, mantiene la ilustración acerca de los trágicos destinos de héroes, reyes y pueblos enteros, ahora mezclando sucesos posibles e imposibles con la fantasía y tradición cultural de tiempos pasados.

b. Historia y tradición europea

Si estudiamos con detalle nuestra tradición occidental casi siempre hay un héroe investido con rango de caballero que logra liberar a la población del mal en compañía de iguales. Sin lugar a dudas, nuestra aproximación más romántica a ese legado sería la de El Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda, o el propio San Jorge.

La mirada a estas leyendas medievales (de las que se conservan ya muy pocas) logra enfrentar los ritos paganos con la creciente adaptación popular. La batalla de San Jorge contra el dragón, o la propia leyenda artúrica, son alegorías modernas de un héroe que nacía en las frías tierras de Escandinavia, un guerrero germánico llamado “Beowulf”.

En el caso de Beowulf, la fábula que se nos cuenta en los manuscritos que contienen el relato pudo haber sido creado para personificar a un héroe tradicional que de hecho existió, pese a los hechos fantásticos que se narran. Sus personajes –a mencionar la familia real danesa y los príncipes suecos en la última parte- son conocidos tanto en la historia, como en la leyenda.

El trágico viaje de este héroe anglosajón parecería únicamente un poema heroico germano más bien explotado por la industria literaria y cinematográfica, pero su papel en la definición del héroe y del tema que nos ocupa es más importante de lo que pensamos. Como relato contiene y exalta ideales heroicos muy arraigados en la ficción moderna, con fuentes que pueden encontrarse en elementos legendarios históricos y homéricos, y, sobre todo, en el bestiario germánico, la cultura popular y el folclore cristiano.

La historia consta de dos partes. En la primera, Hrothgar, rey de los daneses, sufre desde hace doce inviernos los ataques del Grendel, un monstruo de las ciénagas, un gigante de apariencia humana descendiente de Caín. En ese “demonio” distinguimos la representación cristiana del maligno y también el peso que por entonces jugaba la presencia de la alianza cristiana y misionera en esas tierras.

En la primera parte del relato es donde encontramos el primer gran referente que imitarán las futuras adaptaciones del cuento: la formación y destino del grupo de héroes. Beowulf, protagonista del poema que tenía en sus brazos la fuerza de 30 hombres, tomó a quince de los mejores guerreros y partió al país de los Seyldos, en Dinamarca. Una vez en el palacio de Hrothgar espera a Grendel, desarmado y desnudo, momento en el que aparece el monstruo y devora a uno de sus hombres. Beowulf aferra al monstruo con tal fuerza que tras un grito espantoso, pierde un brazo y huye a la espesura, muriendo en su caverna. El miembro es un trofeo para el héroe y todo es alegría en la ciudad. Pero la madre de Grendel-un terrible monstruo femenino- se dispone a vengar la muerte de su hijo, raptando al vasallo del rey Hrothgar.

Beowulf y su compañero Rogar siguen el rastro dejado por la sangre y matan a la criatura. Este aparente triunfo, iniciará un trágico desenlace para Beowulf durante la segunda parte, muriendo como héroe envenenado por la mordedura de un dragón que asola su reino y recordándonos lo popular del fervor trágico en las historias épicas.

c. Esquilo y la tragedia clásica griega

La aportación más directa quizás a los terrenos de la narración épica cinematográfica y el primer acercamiento al estudio de “Los Siete Samuráis” de Kurosawa la encontramos en el mito griego de la casa de Layos. Su origen, la maldición por el pecado de Edipo, desarrolla una cadena de maleficios sobre la ciudad de Tebas que se hereda generación tras generación. Layos, padre de Edipo, no logró mantener la integridad de Tebas. Esta falla traería a los tebanos, y especialmente a los descendientes de la casa de Layos, una maldición que exigía ser exorcizada. Tal purificación requería una cura radical, un enfrentamiento descarnado con el espíritu del mal.

Polinices, descendiente de la casa de Layos, se erige en ese héroe que se brinda al holocausto como víctima propiciatoria –de nuevo el tema del sacrificio heroico- para liberar a Tebas de su maleficio. Pero tal sacrificio requiere una lucha moral y encarnizada contra su propio hermano Etéocles, que se autonombra heredero de la tradición paterna.

Esquilo reuniría parte de la historia de Tebas en diferentes cantos trágicos. El más popular, “Los Siete contra Tebas” (472 a.c.), hace época frente a las desventuras literarias de tipo antiguo. A pesar de resultar arcaica y ser narrada por medio de escenas inconexas, manifiesta una gran imaginación.

A la muerte de Edipo, rey de Tebas, heredan el trono sus hijos Etéocles y Polinices. Acuerdan turnarse cada año, pero Etéocles se niega a cedérselo a su hermano cuando le corresponde. Polinices, refugiado en Argos, viene a conquistar la ciudad con ayuda de los jefes argivos. Son con él siete en total, que atacarán cada una de las siete puertas de Tebas, de ahí el título de la obra. En la séptima puerta se enfrentarán los dos hermanos, Etéocles y Polinices. El planteamiento del coro, como en cualquier obra trágica griega, se concibe con un sentido, el mismo que el que dibuja el relato. Se introduce el lamento por piedad de las mujeres de la ciudad sitiada con respecto al que no merece ser desagraciado (el héroe) y el terror trágico frente a su destino ya imaginado.

Resulta especialmente interesante ver como en el marco del teatro griego, el mal no aparece como potencia de igual rango que el bien, sino como una fuerza insuperable que busca anticipar, por la imposibilidad del triunfo, la idea del fracaso en el héroe cuando los siete jefes militares se enfrentan con sus ejércitos a las siete puertas impenetrables de la ciudad. A diferencia de Beowulf, Polinices es un hombre más, sin méritos de experto guerrero ni características pseudodivinas, pero si una gran inteligencia.

Esquilo plantea el problema del héroe modélico en el centro de la acción, del enfrentamiento y del mismo grupo de guerreros que combate al enemigo común. Polinices se yergue como el protagonista indiscutible que cae vencido, pero sin que su valor guerrero, ni mucho menos su carácter, sean la fuente de su tragedia, sino como último resultado de la maldición que pesa sobre su real familia y sobre el concepto trágico ligado siempre al héroe.

Aún así, Esquilo no hace de Polinices un mero juguete del destino; la autoconciencia del héroe se realiza y se encamina hacia el fin por propia determinación, aunque sea marcado por los poderes que vienen de lo alto. Él sabe que si no libra la batalla contra su hermano, Etéocles, la ciudad será esclavizada. No vacila y acepta su propia muerte.

1 comentario:

Monica dijo...

¿Es un trabajo de la uni? Pues no te ha quedado nada mal. Y es bastante interesante ^^